domingo, noviembre 02, 2008

Capitulo IV: la música como salvación...


San Salvador, músico endemoniado en las noches de tertulias, lujuria, engaños y desengaños, placeres y desplaceres... que honran a los sórdidos prostíbulos.
Vivía en las cinco esquinas, a las afueras de la ciudad.
Desde su terraza podía contemplarse los sinceros atardeces que bañaban con su claridad a las míticas montañas.
La expresión rítmica estaba por encima de todo. Las melodías que componía reflejan con claridad descriptiva, la carencia de estética, de valores concientes, que reinaban en su alrededor.
La música era la religión que comprendía la satisfacción de todas sus necesidades más puras.
Creó un sin fin de movimientos, de colores sonoros, capaces de reemplazar a la abstracción que provocan las palabras sin sentido; combatía así, a la insoportable interpretación moral del mundo, él necesitaba negarlo.
Sus desvariados estados de ánimos, surgían de lo apolíneo-dionisiaco, como una fuerza natural embriagadora, descubridora de la voluptuosidad de su bella cadencia.
Solía construir eternas emociones, subido en el tiempo de un compás de corcheas extravagantes, que lo arranque de la finitud de su corazón...
San salvador era un romántico empedernido que convertía en música, su fuerza creadora, su descontento de sí mismo. Resaltaba todas sus pasiones desordenadas, en las canciones que el mismo escribía; el eterno amor por lo bello, lo noble de su locura, el valor de lo estético, la contrariedad de su genio; se conmovía por el sarcasmo de su frivolidad, por su despreocupación moral degradada, respecto de las jerarquías inútiles y mediocres de los hombres comunes y corrientes, que cercaban su arraigado sentimiento de libertad...
Hacer música le significa, una irremediable manera de hacer vida.

“...perdón por no estar día a día
si es que algún día estoy
depende de mí lo que digas
depende de vos lo que soy.

Pude ser tu vida y tu muerte
tu eterno mal de amor
tu venganza contra la suerte
pude ser aquel que no soy...”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Durruti, querido amigo. Mi alma se estremece de emoción cuando le llegan, cada vez menos esporádicos, los vestigios de la tuya. Siempre agradeceré al destino haberme cruzado con vos, con tus palabras sinceras y tus enojos precisos. Espero continúen las entregas de tu militancia ya que se han hecho imprescindicbles para mi existencia.
Victoria Arroyo