jueves, diciembre 23, 2010

Los veo...

Los veo a todos. El panorama pasa delante de mí. Los veo a todos, con los brazos abiertos, desplegados como alas, algunos con los ojos cerrados reverentemente, adorando al sol. Los veo inclinándose balanceándose, sin miedos y con la seguridad de quien no necesita implorar. Los veo a todos, avivando a los ídolos, a sus ídolos, que bien ganado tienen el titulo. Batalla tras batalla, caída tras caída. Los veo como quien baila en torno a un monumento de piedra, de madera, de preciosas piedras.

Los veo destruyendo los altares de los poderes invisibles, veo incontables fieles mientras escucho sus cantos solemnes, sus suspiros, y algún que otro sollozo. Veo también aquellas victimas agonizantes que sufrieron el impecable destierro, errando en un transitar inoportuno, dentro de la implacable fortaleza…

Este nuevo Templo, que se erige bestial, en el final de esta primera década del siglo XXI, parece no haberse reconstruido en vano… Los veo a todos que oscilan envueltos entre cantos y esperanzas, entre risas y abrazos, entre lágrimas y banderas. Las nubes aparecen, no quieren perderse tamaño acontecimiento.

Veo a semidioses, veo las pequeñas cosas comunes de la vida transformarse; veo a la multitud con la boca semiabierta recordando como estas verdades presentes no son los mitos que acuñaba el pasado, años desvanecidos en el transcurrir de la historia, años de desesperanza y desasosiego.

Los veo como ofrendan su esfuerzo, su dedicación, sus almas y corazones, rompiendo contra la desdicha, me maravilloso, me estremezco. Los veo envueltos en esos harapos blancos y negros. Sus rostros lucen exultantes, brillan.

Muchos poseen sus trapos grandes, otros pequeños pero los hay por todos lados, los exponen con el mayor de los orgullos de fidelidad hoy terrenal, mañana será divina. Los exponen con envidiable valentía. Imposible negar toda esa euforia y apagar todos esos cantos. Ni toda la desesperanza acumulada de años en años, de luchas casi en vanas, ni tanta desilusión atragantada, ni el miedo, ni la propia negación pueden cambiar este hecho.

Es como es y será como debe ser. Pero por fin la más pura y perseguida alegría se apodero de sus golpeados corazones.

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