miércoles, noviembre 02, 2011

De trabajosos trabajos.

Veo por mi ventana que por cierto da a la calle, a un hombre trabajando sobre un techo, lo sigo con la mirada perdida, y veo que se saca la vieja gorra para secarse el sudor, abatido se sienta, donde puede, sobre una tarima que hay en aquel solitario lugar. Giro la mirada que me lleva hacia un taxi, que frena repentinamente para que suba un pasajero. Cuantas vidas dentro de un auto que va y viene...

Alguien grita por ahí, con un cajón de flores al hombro, “ a las flores a las flores, baratitas las flores…”

El ruido de las maquinas de coser de la pared contigua, no dejan que me concentre, no me puedo acomodar, me distraen en el preciso trabajo de observar a los que trabajan mientras habitan y transitan por las calles de mi barrio.

En estas cinco esquinas, la observación pormenorizada por mementos se dificulta, dando vuelta una de las esquinas, donde hay una casa abandonada, se escuchan los ladridos furiosos de dos perros nerviosos. Cierro los oídos para evitarlos.

En ese momento veo a Germán entrando a su lavadero, abriendo los candados para retomar la tarde, pienso en esas maquinas gigantes, ropas por todos lados y mucho aroma a jabones de todo tipo para ganarle a los otros olores de todos tipos. Lo veo y denota felicidad, tiene su maravillosa familia, como él la sabe mencionar. Consigo lleva su imperturbable vocación por los deportes poco convencionales. Un tipo simple y con alma de gigante, lo conozco poco, pero son de esas personas que uno siente como si lo conociera de toda la vida.

En ese instante me sorprende un empleado de una empresa telefónica, que esta llamando por su handie y mientras espera la respuesta comienza a subir a un poste muy alto, con una destreza propia de un mono; sube con ambas manos y todo su equipo de seguridad, que parece pesarle unos cuantos kilos, sube y sube, y veo que transpira cada gota del poco sol que le pega a esa altura. Cuando más sube, más se aleja de este mundo terrenal, allá arriba se debe respirar de otro modo pienso, y al mismo tiempo me contradigo, ya que también le debe faltar el aire por una cuestión meramente de costumbre. Lo noto distante del mundo, apesadumbrado pero con fuerzas necesarias para seguir subiendo…

A pocos metros de mi puerta, es decir a dos casas de la mía, veo que frena una camioneta, las calco-manías describen claramente que representa a una casa de fumigación, se me ocurre de pronto, que jamás la hubiera llamado para obtener sus servicios, pero que bien vendría una pasadita; baja una sola persona, con todo su equipo, armado como para una furibunda guerracontra toda alimaña que se le cruce en la venidera batalla.

De pronto el viento me trae el sonido de las sirenas anunciando el paso de un nuevo tren, y remonto mi pensamiento al preciso lugar. Cierro los ojos y lo veo pasar. Maquinistas, banderilleros, tripulantes y pasajeros, algunos yendo otros volviendo y otros menos si en su propio trabajo... todos unidos y desunidos a la vez por una gran e inmensa tracción a sangre...

Ahí van todos, y algunos, son cientos de miles aunque los vaya imaginando, alguno siempre voy a desconocer, cada cual con el suyo, peor, mejor, reconfortante, insoportable… y cada cual con su responsabilidad a cuestas, raras formas de ganarse la vida, o ¿ganarle a la vida?

Sus labores diarios son los que a fin de cuentas le permiten…. ¿Qué le permiten…? Me urge la acalorada necesidad de conversar con cada uno ellos, preguntarles por la nocividad de sus trabajos, la relación de poder que frecuentan. Si tienen por ejemplo la posibilidad de al menos de ser creativos…

Tanto hay que sufrir hasta que llegue el fin de semana..escuche alguna vez por los pasillos de una vieja y lúgubre oficina... ¿Estamos preparados para convivir con estas micros condenas semanales?

Les preguntaría ¿los enferma? ¿Se enfurecen..? ¿trabajan de lo que quieren? ¿o solo tienen la posibilidad de que los saque inevitablemente de otra cosa..?

Me cuestiono todo tipo de actividad asalariada que no este dentro de los cánones que pretendo. Veo en cada uno de ellos su mirada perdida, veo la incapacidad de rebelarse y por otro, la de soportar y convivir con ese malestar, confiándose casi providencialmente que todo puede mejorar.

Siento latir la crisis constante en los trabajadores, mal que me cueste, me alejo del sistema perverso, de las relaciones de dependencia casi carnales y me centro en la mirada honesta y particular del trabajador propio, del abatido, del humillado.

4 comentarios:

Silvina dijo...

Una meticulosa observación. Me invita a compartir algo que escuché ayer de una paciente que alguna vez sufrió el ser cesanteada por ideologia y luego discriminada por incapaz. Trabajar, un derecho que dignifica, una responsabilidad que nos honra, sin lugar para las quejas. Parece una obviedad.

Romina Lovagnini dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Romina Lovagnini dijo...

La lectura me permite reflexionar en que no importa "QUE" trabajo realizo sino "COMO" lo realizo.
Como bien dijiste, preguntarnos si le pongo creatividad,humor,belleza o lo dejo morir como un dia mas, al cual no le asigno ningun valor, como si la impronta no estuviera en mis actos de cada dia.
Creo que tenemos que tomar conciencia de las cosas que nos perdemos por no lograr estar en armonia con nosotros mismos, lo que redundara o no en la armonia con mi entorno.

noviembre 02, 2011

El Tonga dijo...

Me gusta, como siempre, la implacable honestidad. Para mirarte en el espejo, en otros textos, y para mirate en los demás en este.