Laberintos treinta y tres de otoño
Pasó en silencio. El espejo le cruzo una mueca sutil.
Por una pequeña ventanita de madera entraban rayos de luces alborotadas, tenues, dibujaban colores.
Era un atardecer manso. Sin sobresaltos.
Se detuvo, en realidad el propio espejo lo detuvo repentinamente.
Se miró sin “ver” con los ojos cansados. Encerrado. Trato de reír para disimular las pequeñas arrugas que se le formaron en la comisura de los labios. El tiempo presente, inexorable.
Así se vio la cara que le devolvió el espejo, y en un intento elegante de disfrazar con sonrisas, muecas, maquillaje, afeitadora, al implacable olvido... Se reconoció en un intento.
Cual será la verdadera cara. O será que a nuestra cara real no la vemos nunca, quizás solo al tacto, como los ciegos.
Era un atardecer manso. Sin sobresaltos.
Se detuvo, en realidad el propio espejo lo detuvo repentinamente.
Se miró sin “ver” con los ojos cansados. Encerrado. Trato de reír para disimular las pequeñas arrugas que se le formaron en la comisura de los labios. El tiempo presente, inexorable.
Así se vio la cara que le devolvió el espejo, y en un intento elegante de disfrazar con sonrisas, muecas, maquillaje, afeitadora, al implacable olvido... Se reconoció en un intento.
Cual será la verdadera cara. O será que a nuestra cara real no la vemos nunca, quizás solo al tacto, como los ciegos.
Comentarios
Con agradecimientos,
Gibram Guzmán de Mundo Gibram, punto Planetario....