Obstinado y voluntarioso me aferro sin mas a una profesión que no es
tal, para la que quizás no nací y en la que hasta la fecha no he dado ni
las mas mínima prueba de capacidad.
De todos modos, como leí alguna vez por ahí, me protejo, afirmando que en la literatura no es necesario presentar pruebas.
La literatura esta ahí, siempre. Al alcance de todos.
Y el tiempo no pasa sino que alimenta.
Se puede sentir, palpar. Oler. Se vive. Te transforma.
Está a la vista de todos nosotros en toda su dimensión, abrigando todo desamparo.
Es un simple (o no tanto) acto de observación pero con el profundo
re ordenamiento de todos los sentidos posibles en función de la cosa observable.
Y allí es donde la materialidad de la cosa se transforma en la vibración de la palabra. Ahí radica toda su maravilla.
La literatura es oxígeno. Es ese grito que comienza a trepar por todas las vísceras.
Su fluir es un vaivén eficaz de todo lo que va sucediendo.
El posible escuchar el temblor que provoca la emoción, el chisporrotear
de letras tras letras. Como un flujo de información imparable.
La secuencia se repite firme y constante. La obra se construye en esa ruidosa soledad.
Y es en ella, donde, con todas mis dificultades, más a gusto me siento...
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