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  “No vemos las cosas como son, las vemos como somos”. Anaïs Nin   Suene el despertador o no, cada mañana despierto con la asfixiante sensación de no volver a ver. Con la advertencia de esa llave entre el cerebro y el mundo. Con su insoportable amenaza: apagarse de forma definitiva. Entonces, comienzo a buscar puntos estratégicos en el dormitorio: el vértice de un cuadro colgado de la pared o el vértice de la puerta entreabierta. También ubico ese punto de fuga en un manojo de pañuelos desordenados sobre un solitario barral de madera, allí, detrás de la misma puerta. Ahora que escribo no sé muy bien por qué deambulo entre esos vértices. Será por una cuestión de iluminación. O se tratará de una necesidad. O, incluso, de saber previamente que existen, que son y, por ese mínimo hábito visual, afirmar su presencia ahí. Inamovibles. Todo esto sucede, claro, entre ese mundo aparte, entreverado en la plena duermevela. Fatídica acción preliminar: desmontar el sueño para entra...
Otra vez. La noche. La noche se me hace inmensa espesa. Confusa y deficiente. Los sentidos se alertan, se alteran. Me muevo lento y con disimulo para mantener el aliento. Mas allá de todo esta la noche profunda, bien profunda negra, completa, desmesurada, Impone su ritmo me asfixia, me absorbe en toda su exageración entre movimientos e imágenes que no logro definir y caigo en un profundo vacío que aturde. Estallan en mis pupilas cansadas las luces y contraluces como danzas únicas irrepetibles decodifico secuencias de planos superpuestos al amparo de las voces que susurran los vientos. La noche me traga.                 Desaparezco por completo.
El oficio de la palabra se reúne en una red de miradas que no se ven, pero que sostiene al mundo para no dejarlo caer... Se manifiesta en forma de huella, de voz. Mas allá de la pequeña ternura de designar esto o aquello el oficio de la palabra es un comprometido acto de amor que crea resistencia para comprobar que existimos.

Palabras de un otoño tardio

Escribo sin saber de que lado tiran las palabras. Se filtran una tras otra. Sin vacilación.  Exigen decorosas alguna respuesta... Lo compruebo en el solemne ocaso de la noche en el mundo... Cuando me sumerjo en el desaliento que desafía la herida, como si fuese tan fácil escribir. Las palabras se asocian presurosas  para darle sentido al temor que provoca lo incierto, invocan resolutas la contracción del ultimo suspiro. La voz imparable que se refugia en el silencio y se estaciona a un costado del corazón...

Diarios. De diciembres.

Como tengo mala memoria y se me escapan muchas cosas, entonces escribo. Escribo lo que veo, escucho, siento, lo que pienso y lo que piensan e incluso lo que me dicen. Es como si acumulará un sin fin de historias en forma de marionetas apasionadas, que yo solo puedo mover al compás de los sentimientos. Afuera es de noche, subo a mi terraza, la recorro con mi mirada, soy el único que conoce todos los secretos. Hay una mesa, casi, al aire libre, plantas y fl ores por crecer. Un libro abierto. Siempre. Y yo escribo soy feliz. Tambien lloro... Extraño a muchos amigos que están cerca... que están lejos. Tomo aire y cierro los ojos los veo sonreir. Y en un momento dado, suelto el lapiz, comienzo aletear con suavidad y siento que me largo a volar. Y vuelo alto, altísimo.

Diarios de noviembre por la noche: Literatura.

Obstinado y voluntarioso me aferro sin mas a una profesión que no es tal, para la que quizás no nací y en la que hasta la fecha no he dado ni las mas mínima prueba de capacidad. De todos modos, como leí alguna vez por ahí, me protejo, afirmando que en la literatura no es necesario presentar pruebas. La literatura esta ahí, siempre. Al alcance de todos. Y el tiempo no pasa sino que alimenta. Se puede sentir, palpar. Oler. Se vive. Te transforma. Está a la vista de todos nosotros en toda su dimensión, abrigando todo desamparo. Es un simple (o no tanto) acto de observación pero con el profundo re ordenamiento de todos los sentidos posibles en función de la cosa observable. Y allí es donde la materialidad de la cosa se transforma en la vibración de la palabra. Ahí radica toda su maravilla. La literatura es oxígeno. Es ese grito que comienza a trepar por todas las vísceras. Su fluir es un vaivén eficaz de todo lo que va sucediendo. El posible escuchar el temblor que provoca la...
Al margen. Ojos sin limites. Sin tilde. De corazón anarquista. Noble. Irreverente. Agónico, paredón y después. Siempre hay mañana. Mueca de otro mundo, casi mejor. De barrios bajos y primaveras. La vida raspa, siempre; hasta el ultimo escondite, de la memoria. Sonrisa al filo. Declaración manifiesta. Avanzar, entre silencios ausentes. Ultimo principio. De este nuevo final.